Pintores Vigueses.



Son más los pintores y artistas importantes, que usaron y usan a Vigo como ciudad de residencia y lugar de trabajo que aquellos que han nacido en la ciudad.
Seguramente tenga algo que ver la condición de ciudad industrial, de crecimiento relativamente rápido, que no tuvo durante mucho tiempo una gran preocupación por la cultura, hasta hace unos cuantos años, en que cambió el panorama para convertirse en una ciudad importante en la acogida y promoción de la cultura desde las distintas instituciones.
En Vigo nacieron artistas como: Ángel Sevillano;  Agustín Pérez Bellas; Luis Torras; Serafín Avendaño; José Frau; ….
Pero hemos de resaltar y añadir que aquí viven o vivieron y trabajan o trabajaron importantes artistas vigueses de adopción como: Lugrís;  Laxeiro;  Colmeiro; Diego de Giráldez;  Francisco Pradilla; …., y otros artistas que elevaron no sólo el número y la calidad, en las últimas décadas, sino que colocaron a Vigo dentro de las ciudades importantes en el arte.


Angel Sevillano (Vigo, 1942-1994) Estudia Bellas Artes en Valencia y Madrid. Durante años reside en Sudamérica , lo que le va a influir en su concepto de color y forma. Su obra más personal son sus composiciones de figuras en escenas de la vida cotidiana. Su paleta colorista y sus formas primitivas y redondeadas, están impregnadas de un exotismo poético singular.


Diego de Giráldez  nacido en 1956, es un pintor, escultor, dibujante  y escritor gallego/español, domiciliado en Vigo, transformador del realismo clásico al nuevo realismo, contemporáneo, creador y principal partícipe del movimiento y estilo Realismo NAS, considerado el artista pictórico más talentoso y prolífico de la comunidad gallega. Virtuoso en la técnica clásica, pero moderno, autodidacta y onírico en su búsqueda de imágenes. Se le nombra como el fundador del  movimiento NAS. Sin duda alguna Diego de Giráldez es uno de los más internacionales y destacados artistas de la nueva plástica universal contemporánea, en la actualidad, comparable, y con ventaja, con cualquier figura de renombre nacional dentro del realismo.
Las pinturas de Giráldez no sólo ofrecen una propuesta estética nueva, además están repletas de significado y sencillez, liderando tendencias que unen el naturalismo, la abstracción y el surrealismo en un realismo innovado. Muchos de los actuales pintores beben en sus fuentes y han hecho toda clase de estudios sobre sus cuadros: composición de los pigmentos, forma de las pinceladas, los colores, etc.
La obra pictórica de Diego de Giráldez está expuesta en múltiples museos de renombre del mundo.
Pintor innovador de origen gallego, más famoso fuera que dentro de Galicia, triunfó en el resto de España, Portugal, Europa y los distintos continentes, ahora su obra alcanza altísimas cotizaciones. sus primeros dibujos datan de cuando tenía 7 años, realizados con carbón de leña sobre papel de estraza y conservados en el Museo Diego de Giráldez, donde se pueden observar también sus retratos en los que se plasman las caras de la psicología humana, según sus propias palabras representando "el alma".
Se considera actualmente uno de los maestros del realismo contemporáneo y de los artistas más reputados de España. Además sus obras reconocibles a primera vista se consideran influencia para artistas de distintas partes del mundo.
Hombre de carácter alegre, nostálgico, optimista, …, considerado el máximo exponente, el “padre”, del Realismo NAS, según muchos críticos y coleccionistas, con Diego de Giráldez empezó "todo", refiriéndose al inicio del importante nuevo movimiento realista, es un artista con excelente habilidad y pasión innatas por el arte plástico. Realizó pinturas en oleo, pastel, acuarela, ……; dibujos en tinta, carbocillo, …..,  y esculturas de diversas disciplinas: bronce, barro, cerámica, …… Es uno de los padres del realismo contemporáneo, fue amigo personal de Salvador Dali, Antoní Tapies, Antoní Pixot; Xabier Cugat, Camilo José Cela, Filgueira Valverde, Álvaro Cunqueiro, Calos Casares, Laxeiro, Colmeiro, Granell, …..

Artista constante y prolífico, lleva realizado aproximadamente 2000 obras, de las cuales, en la edificación de cinco plantas de altura, situada en pleno casco urbano y que preside la Plaza Mayor de la villa, que alberga el Museo Diego de Giráldez, se pueden ver más de medio millar de obras que forman parte de su colección privada y cuya exhibición abarca los más de 50 años de su pintura.


“Laxeiro” José Otero Abeledo (Lalín,1908-Vigo,1996), destacado representante de la llamada Vanguardia Histórica gallega. Supo fusionar el mundo de las vanguardias con las raíces mas profundas del pueblo gallego. Su capacidad de fábula, su espontaneidad para tocar nuevos lenguajes y su capacidad de síntesis hacen que su obra sea un coctel de la tradición románica y barroca de Galicia, del neoclasicismo picasiano, del expresionismo europeo y de las pinturas negras de Goya. Su obra, realizada con ironía, ternura, humor y firmeza, hacen de este artista el mas emblemático de los pintores gallegos del siglo XX.


José Lodeiro (1930-1996) Este pintor nacido en Vigo, y vinculado a la lucha social, se forma entre París y Suiza. Su pintura se enmarca en un expresionismo esquemático, de imágenes planas y silueteadas, en la que la carencia del dibujo la suple con un cromatismo muy equilibrado. Las radaciones tonales de sus obras, a modo de cristales tallados se convirtieron en lo mas característico y personal de su trabajo.


Javier Varela Guillot  artista dedicado a la pintura, con una gran vocación musical, nacido en Vigo, mucha gente le considera un pintor orensano, por su vinculación familiar con Allariz.
Estudió Piano y pintura en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Ha cultivado prácticamente todas las técnicas de pintura, pero es fundamentalmente un acuarelista, aunque sus dibujos al pastel son también de una buena calidad. Tiene una abundante producción pictórica y su obra se encuentra repartida por distintas colecciones particulares e institucionales, en España y otros países. Además ha realizado exposiciones en distintas galerías comerciales y en salas de exposiciones de organismos oficiales e instituciones del territorio español.
Colabora con la UNAT (Unión Española de Asociaciones de Asistencia al Toxicómano), bajo el patrocinio de S.M. La Reina Sofía, creando la Carpeta-Logotipo para esa Asociación, así como ha realizado acuarelas y dibujos para el libro "Monumentos Histórico-Artísticos" de Tabacalera Española y para la ilustración del libro "San Pedro de Rocas" (Orense), para el Centro de Estudios Padre Feijóo.


Manuel Colmeiro Guimeraes (SIlleda-Pontevedra 1901 – 1999) Perteneció a la generación de los renovadores de la pintura gallega y se convirtió en el precursor del arte abstracto en Galicia y uno de los primeros de España en prestar atención a ese movimiento. Su manera de pintar, y sobre todo de observar la naturaleza le fue llevando poco a poco a una síntesis cada vez mayor que culminó en una serie de obras abstractas que llamó simplemente paisajes. Donde supo recuperar, actualizar y dignificar, con un ideal antropológico, los valores tradicionales de la cultura del finisterre, combinándolos con una novedosa percepción del arte influida por las vanguardias europeas.

ALGO MÁS SOBRE COLMEIRO

Colmeiro nació en Silleda, en 1901. A los doce años emigró a Argentina donde se reunió con su familia, que había cruzado el Atlántico tres años antes. Regresó a España con 25 años, convertido ya en un pintor lleno de inquietudes. Uno de los factores que posibilitaron su conocimiento de las vanguardias europeas fueron las becas que entre 1925 y 1933 otorgó la Diputación de Pontevedra, asesorada por Castelao.
En estos años se perciben en su pintura rasgos comunes con movimientos como el cubismo y referencias a artistas como Cezanne o Kandinski. Pero tiene otras influencias. La redondez en los rostros, los trazos curvos y tamizados, recuerdan a las formas circulares representadas en los petroglifos y el arte celta en general.
La temática de sus cuadros siempre estará centrada en clases menos favorecidas, pero las romerías, los trabajadores del campo retratados por Colmeiro superan la visión superficial de las generaciones anteriores y alcanzan un significado social que va mucho más allá de la simple reproducción costumbrista.
El pintor regresa a Buenos Aires a consecuencia de la Guerra Civil, donde permanece hasta 1948. Allí le llegan los cruentos relatos de la guerra. En esta etapa realiza diversas obras en las que se mezclan la nostalgia y el coraje ante la tragedia española.
Entre 1949 y 1986, Colmeiro vive en París. Es allí donde logra reunirse en 1955 con su mujer y sus tres hijos. Pero el París de la posguerra está lleno de confusiones también en el panorama artístico, muy influido por lo que se estaba haciendo en Nueva York. Colmeiro continúa fiel a sus propuestas pero sin renunciar al reinante clima de experimentación. En algunas de sus obras comienza a verse una mezcla entre la figuración y la abstracción.
El artista pasó los últimos años de su vida en Galicia sin poder pintar, debido a sus agudos problemas visuales.
Manuel Colmeiro, pintor, nació en Silleda (Pontevedra), en 1901 y falleció el 1 de octubre de 1999.


Xosé Barreiro (Forcarey, 1940) Este artista de formación autodidacta, hace una pintura expresionista, basada en un dibujo seguro y libre, en un color agresivo y una mancha enérgica. Son característicos sus bodegones, sus interiores, sus músicos, ... realizados con una pincelada ágil y certera, cargada de color y elegancia.


Rafael Alonso Fernández, nació en Pontevedra el 9 de Agosto de 1924 – falleció el 14.XII.1995. Pintor, diseñador y escultor empezó a pintar a la acuarela en 1940 y hoy está considerado como el mejor acuarelista gallego. Como prueba de su vocación el pintor solía recordar que empezó a dibujar antes que a escribir y que dibujaba en la arena, en el suelo... y que, cuando manejó por primera vez los pinceles, su única referencia era una acuarela de Urrabieta del Museo de Pontevedra. Fue un artista con unas dotes innatas para el dibujo y la pintura, con una extraordinaria mente fotográfica y una gran visión espacial.
Su formación e integración en el mundo cultural arranca en los años 1945-1947 cuando, gracias al mecenazgo de una familia amiga, estudió en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, pero, a raíz de una exposición simultánea de su pintura en Pontevedra y Vigo donde se vendió toda su obra, abandonó sus estudios y se estableció en Vigo para dedicarse a la pintura. Allí formó parte del romántico y clandestino grupo artístico Benito Soto, propulsor de la cultura gallega que imprimía libros para los que Rafael Alonso diseñaba portadas. Con su marcha a París en 1952, el grupo se disgregó aunque fue inmortalizado por el artista a través de una serie de retratos, donados por su segunda esposa al Museo de Pontevedra complaciendo los deseos del pintor. De 1952 a 1953 estuvo en París pensionado por la Diputación de Pontevedra, sin percepción económica, por lo que tuvo que recurrir a la venta de sus acuarelas expuestas en la Galería Barrero de París. Al regresar a Galicia fijó su residencia en Pontevedra, encauzando su vena artística hacia el diseño interior, tendencia que siguió desarrollando en Vigo, adonde se trasladó en 1960; en esta ciudad montó una ebanistería.
Su trayectoria artística estuvo sujeta a los vaivenes de sus vivencias personales y así se puede observar cómo su ya pujante arte juvenil, casi interrumpido durante su etapa de diseñador, fue evolucionando a través de los más diversos estilos, técnicas y recursos pictóricos investigados y, a partir de la década de los setenta, irrumpe con fuerza a través de una ingente obra. En ella aborda todo tipo de temas que convierte en bellísimas composiciones, en cuadros llenos de mágicos efectos lumínicos que surgen radiantes o brumosos compitiendo, la perfecta energía cromática de sus limpias pinceladas, superpuestas, solapadas o disociadas, con el fondo natural del lienzo. Importantes son sus flores, desde la exuberante policromía de los Jardines (1969-1971) al expresionismo floral de vivos tonos e impulsivas pinceladas al estilo del grupo Brücke (1989). Supo captar la amplia perspectiva de los paisajes (Villacastín nevado, 1974), esbozando la arquitectura de sus pueblos, a veces de recuerdos picassianos (Paisaxe, 1977), en los que traza surcos al estilo de Benjamín Palencia; la inmediatez aparece en los Segadores recolectando (1979), cuya composición trae recuerdos de la escuela de Barbizón.

Pintó puertos, abigarrados de torretas y mástiles (Berbés, 1970), agitadas regatas en un mar vibrante de color (Regata, 1990) o dornas y gamelas varadas en brumosa calma (Dornas na Néboa, 1948, y Gamelas, 1976), virtuales astilleros de fondos azulados con sorprendentes focos de luz (1982). Relevantes son los murales, los torsos y los tenebristas bodegones de libros, cuyas hojas se mueven (El nombre de la rosa, 1984, y Oración, 1985) y otros de brillante colorido (Bodegón con sandía, 1987, y El invitado, 1990). Seduce el cromatismo de los espacios urbanos.


Leopoldo Fernández Varela  (1929 - 2007). Dedicado a actividades industriales, su vocación por la pintura le lleva a recibir clases del pintor catalán Marcet entre 1948 y 1952. Comienza a exponer en 1956, y sus muestras recorren toda Galicia, inicialmente, y después buena parte de España.
Participó en la Bienal de Pontevedra de 1972, en la que obtuvo medalla de plata. En estos certámenes pontevedreses estuvo presente su obra en las posteriores ediciones, así como en la Trienal de Compostela de 1974 y en la de Artistas Gallegos, en Madrid, en 1976.
Animado por el éxito de sus exposiciones, Leopoldo Varela cruza el Atlántico y expone en Caracas varios años consecutivos. Está representado en los Museos Provinciales de Galicia. Fundamentalmente paisajista, su sensibilidad se adscribe a un impresionismo muy delicado, que se apoya en un excelente dibujo. Gusta de los ambientes rurales, de los bosques, de la arboleda de tonos encendidos y de los rincones marinos de Galicia. También ha pintado mucho por Aragón, con una paleta rica en matices, donde los carmines se enseñorean de la tela. Una virtud de Varela, excelente acuarelista, es la captación de atmósferas, sobre todo cuando la naturaleza está anegada por una leve bruma que envuelve las referencias formales.
Hablar de Leopoldo Varela es deleitarse con los colores del paisaje gallego. Recorrer sus obras supone compartir una mirada poética sobre Galicia y, especialmente, sobre este Vigo que tanto amó: el parque de Castrelos, el Berbés, el Náutico, los muelles o la playa del Vao. Lugares por los que el artista paseaba a menudo y detallaba después en su estudio.
Su mancha es amplia, directa, muy efectiva. El tiempo le ha invitado a simplificar los temas, de manera que su obra es cada vez más pintura, más pasión por la armonización cromática, para que las referencias formales sean meras disculpas.



Antonio Quesada Porto (Ourense, 01/06/1932 - Vigo, 26/01/2015). Antonio Quesada se inició, desde muy niño, en diversas tareas artísticas, aunque se considera autodidacta. En 1953 fija su residencia en Zamora, donde toma contacto con el pintor Antonio Pedrero, etc.. La peculiar concepción lírica que del paisaje tienen estos artistas influirá decisivamente en el orensano, cultivador, personalísimo y casi en exclusiva, de ese tema plástico. No se desvincula de su ciudad natal, donde ocasionalmente regresa. En 1962 participa en una colectiva de artistas orensanos en Madrid. Con su hermano Jaime y el escultor Acisclo Manzano, viaja por Europa y cuelga sus cuadros en París. En 1966 se asienta en Vigo, donde residió desde entonces. Compaginado su trabajo de funcionario con la pintura.  Concurre, con frecuencia, a certámenes colectivos, premios, Bienales , etc. Realiza exposiciones por distintas partes de Galicia, Madrid, …. Formó parte de los Consejos o asesoró la compra de obras a distintas instituciones bancarios y museos locales. Su obra está representada en distintos museos de Galicia y en otros de algunas provincias españolas, así como en colecciones institucionales. 


Luis Torras Martínez nace en Vigo el 29 de diciembre de 1912 en la calle Alfonso XIII, a pocos metros de la céntrica iglesia de Santiago el Mayor. Despues de estudiar en el colegio de los Hermanos Maristas, de realizar estudios de comercio, de trabajar en el negocio familiar de cerería y de acabar el bachillerato, con 23 anos, en 1935, se traslada a Madrid para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
Al inicio de la Guerra Civil, en el verano de 1936, estaba de vuelta en Vigo con motivo de las vacaciones escolares, este hecho va a provocar que sea obligatoriamente incorporado al ejército y como consecuencia de los combates, herido en el frente norte por dos balas, una de ellas cerca del cerebro, lo que le produciría de manera permanente su sordera. Finalizada la guerra, pasa a la situación de disponible forzoso. Acabó sus estudios y obtuvo el título de profesor de Dibujo, profesión que ejercería, primero en Madrid y más tarde, desde 1954 en Vigo, en la Escuela de Artes y Oficios de la calle García Barbón, donde dejó una importante impronta en varias generaciones viguesas. De él se recuerdan artista de la talla universal de Diego de Giráldez.
Desde los años cincuenta va asentando su mundo pictórico, conformado por una combinación de estatismo, silencio y cuidada factura, un universo alejado del espectáculo, con el que el artista consigue penetrar en aspectos centrales de la condición humana y reflexionar sobre el sentido profundo de la existencia. Los temas de su pintura: las figuras humanas estáticas, los paisajes y las naturalezas muertas, no pocas veces en estrecha ligazón, permiten al artista reelaborar los juegos, las miradas, los movimientos congelados y también favorecen el detallado estudio compositivo
Desde 1954 participa en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, consiguiendo menciones (1960 y 1968) y una medalla, en 1962, con  Bodegón, una obra realizada al temple sobre tela, actualmente propiedad del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid). Igualmente es galardonado en la primera edición del certamen Unión Fenosa (1989).
Entre 1973 y 1974 realiza un importante mural en el edificio central de Caixavigo, institución que le dedica una de sus primeras exposiciones antológicas de “Grandes Artistas Gallegos” en 1984. Once años después será el Ayuntamiento de Vigo el que lleve a cabo una nueva antológica en la “Casa das Artes”.
En 1998 el Ayuntamiento vigués, contando con la generosidad del artista y de su esposa María Jesús Incera, crea la Colección Torras, con sede en la “Casa das Artes”. En esta sala se encuentra una parte importante de lo mejor de su obra, que también está representada en destacadas colecciones públicas e institucionales, como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid); el Museo Municipal Quiñones de León (Vigo), el Museo de Pontevedra o la Colección Afundación, Museo de arte Contemporáneo de Santiago (CGAC), así como en importantes colecciones privadas.


Agustín Pérez Bellas (Vigo, 23/03/1927 - 07/07/1982). Extraordinario dibujante, irónico, mordaz, caústico a veces, y buen pintor, al que la muerte temprana no permitió realizar la gran obra que había comenzado. Arquitecto de profesión realizó obras importantes en Vigo y en otras ciudades de Galicia. Su preocupación intelectual le llevó a viajar por medio mundo y a tomar contacto con figuras notables. Fue amigo de Rafael Alberti, de Urbano Lugrís, de Laxeiro. Casó con la pintora Mercedes Ruibal, que conserva buena parte de su obra. Hizo exposiciones en diversas ciudades de Galicia y de España. Su pintura cruzó el Atlántico, para ser mostrada en Suramérica. Su ideología de izquierda radical le produjo contratiempos con el régimen franquista en los años sesenta. Cultivó la crítica de arte, con atisbos de gran finura, en el diario "La Voz de Galicia". Su obra está representada en Museos de Galicia y en importantes colecciones particulares de España y América. Perez Bellas es un hijo de Goya y de Daunier. Sus mundos son oscuros, denunciadores, a veces incluso panfletarios. La soledad y el desvalimiento social y económico de las gentes campesinas de Galicia son en su plástica un motivo frecuente, dicho con un dibujo expresivo, de hondura de sentimientos muy sincera. Como pintor, en cambio, se mostraba lírico y casi lúdico, aunque la ironía crítica terminaba por aparecer, en fantasías de monstruos y seres oníricos o fabularios. Quizá no llegó a dominar la técnica del pintor, por lo que su pintura es menos importante que el dibujo.


Francisco Mantecón Rodríguez (Vigo 1948 - Vigo 2001). Hijo de un conocido crítico musical, en su hogar se vive el ambiente artístico. Estudió la carrera de Bellas Artes en la Escuela de San Jorge en Barcelona, ciudad cuyas actividades culturales tienen en su pintura considerable influencia.
A partir de 1968, cuando aún era estudiante, participa en las exposiciones al aire libre de la Plaza de la Princesa, donde consigue su primera beca de estímulo. En la década de los setenta realiza las primeras muestras individuales. En 1977 es elegido para la muestra Museo de la Resistencia Salvador Allende, en la exigente galería Juana Mordó de Madrid. Participa en las dos muestras de homenaje a Leopoldo Nóvoa y se vincula al movimiento Atlántica, desde sus inicios, en 1980, en Baiona. Igualmente interviene en las Bienales de la Deputación de Pontevedra, mientras alterna con muestras individuales en diferentes ciudades españolas.
Interesado por el diseño, realiza trabajos editoriales de gran personalidad. Es profesor de dibujo en un Instituto de Educación Secundaria.
Su obra está representada en Museos de Galicia.
Mantecón realiza un Espacialismo de exquisita ejecución, a base de geometrías elementales, en amplios rectángulos casi siempre en duplicidad, sobre los que inscribe sus grafismos minuciosos, relacionables con corrientes filosóficas orientales y en concreto con el Tao. La obra investigadora de esta actitud espiritual, de Alan Watts, es lectura constante para el artista.


Serafín Avendaño Martínez  (Vigo, Pontevedra, 1838-Valladolid, 1916). He aquí un ejemplo del preimpresionismo más claro y brillante de la pintura no sólo gallega, sino española, de lento pero firme reconocimiento internacional en la actualidad, si bien en vida gozó de considerable prestigio, especialmente en Italia, donde residió largos años. A muy temprana edad, con su hermano Teodomiro, se traslada a Madrid, con una actitud decididamente romántica. Es discípulo de Esquível y de Villaamil. Vivamente apasionado por la luz, el vigués se sitúa en el campo con el caballete, para captar directamente la realidad no desde las formas estrictas, sino desde el cromatismo. Comienza muy joven a conseguir galardones, ya que en 1858 alcanza medalla de plata en la Exposición de Galicia, con una acuarela todavía anecdótica, titulada «A miña tristura». En cierto modo, parte de la escuela paisajística creada por el belga Carlos de Haes, aunque pronto se separa de sus modos un tanto preciosistas y fríos, para ser más libre, más directo. Más identificable con la concepción que del paisaje tienen Martín Rico y Aureliano de Beruete. La posición económica familiar de Avendaño le permite viajar por el mundo. En la década de los sesenta conoce Estados Unidos, donde se hacen famosos sus cuadros con la impresión de los torrentes fluviales de las cataratas del Niágara. También, Inglaterra, Francia y Suiza. Compitiendo con Martín Rico, alcanza pensión para Roma, con un paisaje fresco y directo de la Casa de Campo, que obliga al jurado, por primera vez, a duplicar la beca. En 1864 consigue tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, galardón que repite en 1892, y la segunda en 1899, compartiéndola con otro gallego de talento extraordinario y prematuramente fallecido, Jenaro Carreró. Sus correrías por Europa le llevan a establecerse en Italia a partir de 1876. Allí reside hasta finales de la centuria, integrándose en la escuela paisajística de Rivara, en la que ejerce notable influencia. Su fama le lleva a conseguir distinciones de la Corona belga y la amistad íntima del gran compositor Giuseppe Verdi, en cuya finca «La Traviatta» pasa temporadas de trabajo y relaciones cordiales. De cuando en cuando, regresa a España, para participar en certámenes y mostrar su obra. En Vigo trabaja en la finca familiar de Bellavista, en el arranque de la barriada de Teis. Los últimos años de su vida los pasa en Valladolid, donde le llega la muerte en plena guerra Europea. Su prestigio le llevó a formar parte del jurado de exposiciones nacionales, y a colaborar en la revista «Blanco y Negro», a partir del año 1893 y hasta 1911. En Italia se organizan numerosas exposiciones póstumas de sus obras, desde 1930 a 1990, en Roma, Turín, Génova y Milán. Entre nosotros se le dedica atención a partir de 1940, cuando el Museo de Pontevedra, por iniciativa del maestro Filgueira Valverde, organiza la muestra titulada «Enrique Campo y sus precedentes». Avendaño es un pintor amable, de excelente oficio, basado en un riguroso dibujo. Le interesa la naturaleza en toda su frescura. Con una paleta caliente, a veces arrolladora, capta la realidad con referencias precisas, pero sin sujeciones academicistas. Por el contrario, es imaginativo, incluso sinóptico, siempre dentro de la pura impresión inmediata de la luz. Con frecuencia cae en la anécdota, que salva por la gracilidad de su quehacer, muy grato y seguro. Las peculiaridades del agua, sea en el mar o en el río, y la morfología de las arboledas, gozan de sus preferencias, así como los ambientes rurales o las escenas campesinas. Azules, verdes, carmines, rosas, son tonos de su preferencia. Está representado en museos de Europa y América, y en todos los de Galicia.



José Frau Ruiz (Vigo, 15/05/1898 - Madrid, 24/03/1976). Hijo de un miembro del Cuerpo de Carabineros, nació en el desaparecido cuartel que la Guardia Civil tuvo hasta hace muy poco en la calle de Magallanes, junto al también desaparecido Cinema Radio. Pasó los inciales años de su niñez en la ciudad atlántica, y mantuvo el recuerdo de los amaneceres sobre la bahía, que contemplaba desde los descampados que después serían la Plaza de Portugal y la calle de Rosalía Castro. Su precocidad para el arte se manifiesta en el hecho de que en 1904, a los seis años, obtuvo su primer premio de pintura. Hacia las vísperas de la guerra europea, en Huelva, inicia seriamente sus estudios, con Antonio de la Torre, y comienza a exponer. Sigue recorriendo España con los diferentes destinos profesionales de su padre. En 1916 se trasladó a Madrid, para asistir a la Escuela de San Fernando y ser discípulo de Muñoz Degrain. Se presenta por vez primera a las Nacionales de Bellas Artes en 1917. Al año siguiente le pensionan para El Paular, escuela fundamental de paisajismo español, en el que Frau llegaría a ser uno de los principales maestros. Patrocinado por un mecenas de Cataluña, realiza en Barcelona, en 1918, su primera exposición personal. Sigue participando en las nacionales de Bellas Artes, y en 1924 obtiene Tercera Medalla con su paisaje «Tierras de Leyenda», pintado en Sepúlveda, Segovia. En 1925 integra el grupo que firma el manifiesto de «Los Ibéricos», revolucionario contra el adocenado arte español interior de aquel tiempo, pese a que españoles eran los más innovadores artistas europeos, como Picasso, Juan Gris y Julio González. En el grupo español está también otro gallego, Arturo Souto. En Santiago participa en la muestra de Artistas gallegos de 1926, lo que reitera su vinculación espiritual al país que lo vió nacer. En 1929 se casa con su discípula Margarita González Giraud, que en adelante será su máxima admiradora y firmará siempre «Margarita de Frau». Insiste en las nacionales de Bellas Artes y en la de 1932 obtiene la Segunda Medalla con «La orilla del río». Salta a Estados Unidos, en 1933, y expone en diversas ciudades, entre ellas Pittsburgh. La continuidad en las nacionales de Bellas Artes le conduce a la Primera Medalla, galardón ansiado por todo artista español. Es en 1943, con «Naturaleza». Viaja a Buenos Aires y Montevideo a finales de los cuarenta. En 1950 se traslada a México, donde fija su residencia. Expone en este país y en Nueva York. A partir de 1961 vuelve periódicamente a España y muestra su obra en diversas ciudades. En 1964 se traslada al pueblo de La Olmeda de las Fuentes, provincia de Guadalajara, donde se instala para siempre en 1966, y allí pinta apasionadamente su paisaje y su obra mística. A partir de 1968 se le invita oficialmente a los cursos de Estética de la Universidad de Verano Menéndez Pelayo de Santander. Su trabajo continúa, intenso, hasta su muerte, el 24 de marzo de 1976, cuando cuenta 78 años. Su obra figura en los Museos de Arte Contemporáneo de Madrid, y en otros de París, Pittsburg, Moscú, Nueva York, Buenos Aires, California, Alemania, etc, así como en los de Galicia. En el de Castrelos, en Vigo, cuenta con sala monográfica, a partir de una emotiva donación del propio artista. El Ayuntamiento tomó el acuerdo de rotular una calle con su nombre, que unirá la Plaza de la Independencia con la calle López Mora, y auspiciza una monografía que está escribiendo el autor de estas líneas. La pintura de Frau es el lirismo más encantador; es la poesía hecha color desde unos modos intensamente «fauves», hasta el punto de que es el más calificado maestro de esta tendencia en la pintura española. Mundos deliberadamente ingenuos; cuatro casas en medio de una arboleda, una referencia al trabajo agrícola, seres mínimos en un ambiente de explosivo y orquestado cromatismo, en el que dominan rosas, azules, amarillos. Hay vida, aire, paz, en los paisajes de Frau. Esto, en verdad, es paisaje, puesto que se trata, como quería Azorín, de estados del alma ante la naturaleza, recreada, inventada, ensoñada, idealizada. Juan Ramón Jiménez sería feliz habitando este paisaje, digno de sus páginas moguerianas. Cuando Frau se acerca al mundo religioso, es de un misticismo sobrecogedor. Con la misma materia gruesa, deliberadamente abigarrada, sintetiza las figuras y las dota de una ternura infinita.


Urbano Lugrís González (La Coruña, 1908​-Vigo, 1973) ¡Qué enorme poder creativo, en un mundo estético propio, poseía este desordenado coherente, este lúcido bohemio, este malogrado pintor, fascinante personalidad, memoria insuperable, lector infatigado, fatigado hombre en su postrer madurez, mezcla de Julio Verne y Joseph Conrad, de Homero y Víctor Hugo!. Hijo del jurista y escritor Manuel Lugrís Freire, vive su infancia en un ambiente intelectual distinguido en A Coruña, cuando la urbe entrega al mar la duplicidad de la imagen transparente de sus Cantones en los felices años que preceden a la primera gran guerra y es presencia viva y árbitro intelectual la oronda silueta de una dama linajuda, la condesa de Pardo Bazán. Cursa estudios de Peritaje Mercantil, que nunca le interesarán a quien ni siquiera supo llevar las cuentas de su propia vida. Al iniciarse la República se identifica, en Madrid, con la juventud intelectual. Amistad con García Lorca, con Rafael Alberti. Dibuja, pinta, declama, asombra con su verbo prodigioso, con la precisión imprecisable de sus citas. Fantasea con su vida y se dice compañero de Ismael y del capitán Ahab en la aventura de Mobby Dick. Sabe de memoria La Odisea -él aseguraba que en griego clásico- y sostiene que regresa a la batalla de Pavía, donde ha sido coracero al servicio del césar Carlos, el rubio y melancólico emperador del mundo, a quien de seguro ya ha retratado imaginariamente. Se vincula a las Misiones Pedagógicas, experiencia cultural inolvidable, histórica, y de la mano de Rafael Dieste, otro gallego exquisito, recorre España con el Teatro de Títeres, donde hace «cristobitas», imita voces, pinta decorados. Matrimonia, y el recuerdo de Paula será siempre una nostalgia beethoweniana. Finaliza la guerra civil y comienza a pintar murales. Nace su hijo Urbano, que será marino inicialmente, viejo deseo paterno incumplido, y al fin pintor, como el padre, y tan próximo al padre en mundo y estilo. Urbano, Lugrís, gigantón, tímido, a veces agresivo, caballero a la vieja usanza generoso de su tiempo, desprendido aun de lo que no posee, vive en Madrid la búsqueda de la gloria. Decora ambientes del rimbombante Instituto de Cultura Hispánica. Su mundo mítico impresiona. Su tarea de pintor «de cámara», como firmaba en broma muchas veces, le lleva, nada menos, que a decorar los camarotes del yate «Azor», unidad de la Armada transformada en barco de recreo para el Jefe del Estado, quien felicita al pintor en un encuentro que ha tenido mil versiones corregidas, por el propio protagonista y por aquéllos que escucharon la anécdota. A punto está de marchar a la República Dominicana, en los tiempos de la dictadura de Trujillo, animado por Sánchez Bella, jerifalte de la Cultura Hispánica y de la cultura oficial franquista. En Vigo ha dejado amigos: industriales, escritores, pintores. Decide venir a la ciudad atlántica y realiza una primera exposición de dibujos en la desaparecida sala Foto Club. Su experiencia de ilustrador la ha vivido intensamente, años antes, en Faro de Vigo, en publicaciones ocasionales y en la gran aventura cultural gallega que fue «Atlántida», junto a Mariano Tudela y José María de Labra. Ha muerto Paula, su esposa, con la que tuvo dos hijos. La evocará constantemente, en la intimidad de la tertulia de la taberna de Eligio, algo así como su segunda casa, si es que tuviese primera, que nadie le conocía. Pinta poco. Dibuja mucho. Habla más y bebe mucho más, aunque todo era poco para su recia humanidad. Era maravilloso en el arte de perder el tiempo. Proyecta trabajos que no realiza. Incumple encargos que ha forzado. Arrecia la soledad, pese a reunirse con artistas y escritores. Prefiere la compañía de la juventud, de las nuevas generaciones que ven en él a un maestro absoluto, porque sabe cosas raras y precisas que no están en los libros. Las de los libros, nadie sabe cómo, las sabe todas. Alguna escapada a Santiago y a Coruña. Bohemia cada vez más negra. Apenas pinta, pese a que le animan amigos como los Beiras, los Alvarez Blázquez, Antón Patiño. No tiene prisa por cobrar lo poco que pinta, o lo regala, porque le bastan unos pocos duros para subsistir en una existencia de caída casi vertical. Su carácter cordial se agría. Su entidad física se reduce. Su salud empeora. Es internado en el Hospital Municipal y muere, se nos muere, la víspera de Nochebuena de 1973. Mientras en todas las casas comenzaba a prepararse la mesa de la noche conmemorativa, al sol frío de ese diciembre de hace casi dos decenios, le dimos tierra en el cementerio de Pereiró unos pocos amigos que aún seguimos llevándolo en el alma. Se nos había muerto, de anónimo y cordura, un compañero entrañable, y tan temprano. Para el autor de estas líneas, la emoción se revivió una tarde de septiembre, años después, porque en ella enterramos a mi madre, casi los mismos amigos que a Lugrís, en el mismo cementerio, muy cerca. Y a continuación pronuncié una conferencia sobre la vida y la obra de Lugrís, inaugurando la primera gran exposición antológica de su obra, que después se repetiría, con la magna del kiosco Alfonso de A Coruña, en el verano de 1989. Me pareció que el polvo de la tierra del camposanto que guarda los restos de Concepción Arenal era todavía el mismo, en los dos entierros, y que el tizne que el féretro había dejado en mis manos era la tinta de Lugrís, sobre los veladores de la taberna entrañable de Eligio, dibujaba para todos, en tantos primores volanderos y muchos más ejemplos de arte perdidos, cuando la bayeta de aseo borraba los trazos en el mármol donde había posado su único brazo, discutidor y gesticulante como el pintor coruñes, don Ramón María del Valle Inclán. La obra de Urbano Lugrís ha sido valorada tardíamente. De todos modos, hay excelentes ejemplos en los Museos de Galicia -el mejor, el más perfecto, en el de Castrelos, en Vigo-, en instituciones públicas, en colecciones particulares. Lugrís fue un surrealista tardío, desde luego no el único ni el inicial de los surrealistas gallegos, puesto que se anticiparon el primero que de esa corriente supo, Cándido Fernández Mazas, y su paisano Eugenio Fernández Granell. Pero el orensano no tuvo tiempo de cuajar la tendencia, y el segundo la expresó en América. Por eso, para muchos, Lugrís era y es el surrealista gallego por excelencia. En realidad era un goticista fuera de siglo. Su mundo estilizado, la exactitud de su línea, la fantasia de su mundo plástico, deliberadamente decadente y sobrecargado de literatura, lo hacen inconfundible. Le hubiera gustado poseer la perfección del oficio de Van Eyck. Amaba a Magritte, a Ernts, a Picabia. Realmente, su pintura es, como un día se dijo de la de Gregorio Prieto, tan distinto, «poesía en línea». Es exacto como un endecasílabo y perfecto como un soneto. Mundos sumergidos, paisajes imposibles, fauna marina de zoología fantástica, seres míticos, pueblan sus cuadros junto a los trebejos del antiguo marino. Adoraba las derrotas, los portulanos, los mapas, los catalejos, las brújulas y sextantes. Era, al fin, un barroco. Más aún: un rococó que adelgazaba las cosas, para permitir espacios abisales donde habitan caracolas, nereidas, leviatanes. Lo decía con una pincelada exacta, exquisita, aquilatada. Tan delgada a veces, que casi no transportaba materia. Así creó Urbano Lugrís, rozando el diálogo imaginario con Goethe, su mundo propio, en busca de la luz del faro del fin del mundo que había ideado Julio Verne.


Francisco Pradilla Ortiz (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1848-Madrid, 1921). Excepcional aragonés casado con una viguesa. Pintor español. Director del Museo del Prado de 1896 a 1898. Sin apenas estudios, entra como aprendiz en el taller zaragozano del pintor y escenógrafo Mariano Pescador, quien le anima para que acuda a las clases de la Escuela de Bellas Artes de San Luis. Recomendado por su profesor, Bernardino Montañés, se traslada a Madrid donde combina su trabajo como ayudante en el estudio de los escenógrafos Augusto Ferri y Jorge Busato, con la asistencia a las clases de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado. Incitado por José Casado del Alisal, primer director de la Academia Española en Roma, que deseaba contar en la primera promoción de pensionados con las mejores promesas del panorama artístico español, opta a la pensión que consigue brillantemente. El trabajo correspondiente al tercer año de pensión le supone a Pradilla un éxito rotundo. La obra titulada Doña Juana la Loca consigue la medalla de honor en la Exposición Nacional de 1878 y medalla de honor ese mismo año en la Sección Española de la Universal de París. Este sonoro triunfo le llevaría a recibir el encargo del Senado para la ejecución del cuadro La rendición de Granada, que si bien no resultó tan acertado como el anterior, su difusión le catapultaría a una fama internacional. Su nombramiento como director de la Academia de España en Roma, sustituyendo a Casado del Alisal, le hizo fijar su residencia en la Ciudad Eterna, donde, emulando a su admirado Fortuny, abrió un estudio al que acudían los más importantes coleccionistas y marchantes de Europa. Pronto se percató de que las obligaciones burocráticas y docentes que le exigía el cargo de director de la Academia, le apartaban de su verdadero interés por la pintura. El abandono de numerosos encargos le llevó a presentar su renuncia ocho meses después del nombramiento. A pesar del desastre económico que le supuso la quiebra de la banca de Ricardo Villodas, donde tenía depositados sus ahorros, Pradilla siempre reconoció que esos diez años vividos en Italia, alternando su trabajo en Roma con los veranos pasados en las Lagunas Pontinas de Terracina, fueron los más felices de su vida. El nombramiento como director del Museo del Prado en 1896 y su obligado ­regreso a España, rompieron esa época feliz a la que nostálgicamente Pradilla regresaría a menudo, no solo en sus pensamientos, sino en sus propias creaciones pictóricas. El 3 de febrero de 1896, Francisco Pradilla Ortiz acepta la propuesta de ocupar la dirección del Museo del Prado. El nombramiento venía a colmar las ambiciones del gran pintor aragonés que, pese a su mala experiencia al frente de la Academia de España en Roma, y a las renuncias personales que tal decisión comportaba, no olvidemos que estaba afincado en Roma, desde hacía muchos años y gozaba de un extraordinario reconocimiento artístico entre coleccionistas y marchantes de todo el mundo, afrontaba el nuevo reto con el convencimiento de realizar una brillante gestión al frente de la primera pinacoteca española. Lamentablemente, la situación real del Museo, que había amargado los últimos meses de la vida de Federico de ­Madrazo, al recibir fuertes críticas por la relajación y temeridad con que se conservaban las pinturas de la colección, y que tampoco pudo corregir Vicente Palmaroli en su breve paso por la dirección del Museo, iba a afectar también a Francisco Pradilla. Sin «vocación museística», como señalara Alfonso Pérez Sánchez, o «incapaz para el cargo», en opinión de Juan Antonio Gaya Nuño, Pradilla se encontró muy pronto atrapado por las limitaciones administrativas y por un personal elegido por recomendación y a capricho, además de verse envuelto por el escándalo de la desaparición de un pequeño boceto de Murillo. Este hecho, medio silenciado en su momento, saltó nuevamente a la luz pública cuando en 1911 el periodista Mariano de Cavia denunció que en la prensa francesa se hacía referencia al asunto y que incluso un conservador de un museo del mediodía francés había recibido en oferta ese cuadro. El periodista pedía a los pintores José Villegas y Salvador Viniegra, director y subdirector del Museo del Prado en ese tiempo, que aclararan definitivamente el tema, pero los aludidos no dieron respuesta alguna. Por otro ­lado, las críticas recibidas por la «pasividad» del Museo ante la quiebra del duque de Osuna y las ventas de algunas de sus mejores obras de arte, fueron la gota que colmó el vaso de la paciencia de Pradilla. Efectivamente, el Museo solo pudo adquirir el Retrato del duque de Pastrana, por Carreño, obra importante en opinión de Pérez Sánchez, pero nada barata como indicara Gaya Nuño (15 000 pesetas), dejando que coleccionistas privados se hicieran, por muy poco precio, con series tan bellas como los cuadritos pintados por Goya para la Alameda de Osuna. El 29 de julio de 1898 Pradilla cesó en su puesto, ocupándolo el pintor Luis Álvarez Catalá, hasta entonces subdirector, que, además de contar con el apoyo del ministro, era el candidato predilecto de la reina María Cristina. Meses más tarde, en carta dirigida a su amigo el pintor Hermenegildo Estevan y en su propia autocrítica, publicada en el Heraldo de Aragón, Pradilla escribía de su experiencia en el Prado: «[…] aquello es un semillero de disgustos, porque entre unos y otros queda reducido el tal cargo a una especie de maestro de casa pobre y ruin […], hubiera incurrido en imperdonable irresponsabilidad si no hubiera protestado en distintas comunicaciones y finalmente con mi dimisión, contra un sistema que compromete la seguridad de las obras, pero el Ministro se ha mostrado indiferente con mis demandas […]»; finalmente Pradilla concluye: «[…] por mi parte me considero justamente castigado por haberme considerado comprometido a venir a vivir a semejante letamajo […]». A sus cincuenta años, cansado y escarmentado, su reacción ante la nueva situación, impensable veinte meses antes en Roma, es firme: jamás volverá a ser instrumento de intereses oscuros. Pradilla en la soledad de su estudio madrileño se alejaría voluntariamente de todos los actos so­ciales y políticos, entregándose al quehacer que le había reportado bienestar y fama: la pintura. En su magnífico palacio-estudio donde recibía a numerosos amigos como Pérez Galdós, Núñez de Arce, el marqués de Pidal y al mismísimo rey, que solía visitarlo con frecuencia. Aunque su muerte sorprendió a muchos por el alejamiento del pintor de la vida social, la exposición póstuma de sus obras que se instaló en su propio domicilio, fue un éxito de concurrencia, ya fuera para visitar un lugar difícilmente accesible o por ver «los Pradillas» que conservaba su propio autor. No parece probable, sin embargo, que en esta exposición figurase alguna de las once obras propiedad del Museo del Prado y entre las que destacan la famosa Doña Juana la Loca, tan reconocida y premiada, el magnífico Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, legado al Museo por María Luisa Ocharán, junto con La reina doña Juana «la Loca», recluida en Tordesillas, una gran obra de la que el Museo posee otra versión similar, o el extraordinario Autorretrato, legado por Kochler y al parecer el último de los cinco conocidos que se hiciera Francisco Pradilla.

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